martes, 18 de noviembre de 2014

Suele decirse que el mejor modo de defender es tener el balón: si el rival no ataca —es de cajón—, las posibilidades de recibir un gol se reducen a cesiones imprecisas al portero. Así usado, el verbo defender se percibe claramente como antónimo de atacar.
¿Qué ocurre, en cambio, si se afirma que un central defiende a un delantero?, ¿realmente está saliendo en su defensa y librándolo de algún peligro?, ¿o más bien resulta que este modo de defender es tan peculiar que se caracteriza por agarrar al nueve por la camiseta, zarandearlo, estrujarlo, saltar pegado a él para dificultarle el remate, sacar el codo, meterle un empujón en el aire y, para que no se relaje al terminar el salto, derribarlo de un hachazo donde pille si el delantero no se ha desequilibrado al regresar al césped? ¿Son estas formas de defender a una persona?
Y es que defender podría ser una de esas curiosas y escasas palabras que no solo son polisémicas, circunstancia frecuentísima, sino que encierran significados antónimos: así como dar clase puede significar tanto impartirla como recibirla o alquilar una casapuede equivaler tanto a cederla su dueño a cambio de una renta como a tomarla en arrendamiento el inquilino, es posible defender a tu equipo y defender al contrario. «Fútbol es fútbol», como diría Boskov.
Los diccionarios dan por buenos ambos usos: si la primera acepción de este verbo es ‘proteger, apartar o preservar de un daño o de un peligro’, de acuerdo con el Clave, la tercera es ‘impedir u obstaculizar la acción de un adversario’.
Las palabras con dos significados antónimos se conocen como autoantónimos. Los clásicos son los ya mencionados de dar clase alquilar, así como huésped o nimiedad. ¿No sorprende descubrir, por ejemplo, que nimiedad puede significar ‘exceso, demasía’ y, al mismo tiempo, ‘pequeñez, insignificancia’?
En esta misma línea, en fútbol se emplea en ocasiones el verbo enervar: «Antes del descanso, llegó la jugada que terminó por enervar al público de Montjuic». Tanto en el lenguaje jurídico como en el médico, este verbo significa ‘debilitar, quitar las fuerzas o los nervios’, pero el uso popular ha terminado imponiendo también el sentido de ‘poner nervioso’, de modo que en la actualidad enervar equivale tanto a ‘quitar los nervios’ como a ‘poner de los nervios, irritar’, en este caso, a la afición españolista.
Por último, el verbo conjurar se emplea transitivamente con el sentido de ‘impedir, evitar, alejar un daño o peligro’: «El portero inglés se mostró muy seguro en el uno contra uno y conjuró el peligro»; como pronominal, sin embargo, conjurarse significa ‘unirse con alguien para un fin’: «Se conjuraron para lograr la remontada». Es decir, que usamos este verbo (aunque uno en forma transitiva y otra en pronominal) tanto para alejar como para perseguir.
El lenguaje del fútbol, como se ve, no es ajeno a la paradoja y, en tal medida, es una escuela de vida. No todo es blanco o negro y ni siquiera gris, sino que muy a menudo algo es blanco y negro al mismo tiempo y hay que aprender a vivir en medio de la incertidumbre. Por ejemplo, en medio de un paso de cebra.

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